29 de marzo de 2014

Comprensión retroactiva



Quizás en aquel día deberías haber dicho todo lo que callaste por miedo a que desapareciera aun sintiendo muy dentro de ti que no iba a tener valor de regresar, quizás deberías haber dicho mil cosas hasta desahogar la ira que provocó en ti, la decepción que sentiste al ver que las palabras se las llevó la marea y aquella brisa de invierno, el daño que te hizo al reabrir cada cicatriz que curaste con sal, las ganas consumidas, las promesas incumplidas; todo. Hasta quedarte vacía. Hasta sentir que no hay necesidad de volver a cruzar una palabra más sobre aquello. Hasta sentir que la historia quedó suspendida en momentos de felicidad y una curiosa esperanza. Hasta sentir, quizás, que aquellos meses en los que habías dado todo, tendrían siempre algún sentido. 



Y, no te lo niego, tal vez sus formas no fueron las más indicadas, tal vez no hay perdón, tal vez tampoco rencor. Tal vez ni siquiera importa ya y en pocos días has conseguido abrir los ojos y darte cuenta de todo lo que siempre quisiste obviar, todo aquello que estaba ahí, delante, esperando en silencio a que te dieras inesperadamente esa clase de golpe que te devuelve toda la razón que perdiste en una sonrisa, en una mirada, en caricias, en silencios, en esa dichosa complicidad, en un sentimiento. Aquella razón que te dedicaste a perder en una sola persona. Tal vez esperaba pacientemente a que vieras que desde hace tiempo tan solo tú te quedaste anclada en palabras que sonaban demasiado bien para ser verdad y, solo entonces, decidiste renunciar. Decidiste tragar todas las palabras que podrían haber quemado cada ruina que quedara en pie y te conformaste con un simple:


"Se feliz y ojalá te sepan querer y dar lo que yo no pude".


Sonreíste.
Decidiste irte.
Y nadie supo nada más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario